12 de febrero de 2008

Poesía y modernidad

ORFEO EN EL QUIOSCO DE DIARIOS
Edgardo Dobry
Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2007. 329 págs.


Primeramente hay que apuntar que es digno de agradecer que un poeta transite al género del ensayo literario, y con buena fortuna. De acuerdo, existe una tradición de poetas pensadores, pero es preciso recordar que no todos los autores líricos suelen conjuntar las condiciones óptimas para ejercitar de manera sistemática la reflexión crítica, no se diga entregarse a la escritura ensayística con la misma profesionalidad con la que pudieran entregarse a la poesía. El argentino Edgardo Dobry (Rosario, 1962) es otra de las excepciones. Justo en 2005 publicó en Lumen el poemario El lago de los botes y ahora nos ofrece una reunión de sus trabajos críticos aparecidos en diversos medios especializados de América y España o leídos en congresos durante el reciente lustro.

Edgardo Dobry lleva, eso sí, el agua a su molino. Orfeo en el quiosco de diarios tiene por subtítulo “Ensayos sobre poesía”, aunque no todos los materiales se ocupan a fondo de esta especialidad o la abordan de lleno, como por ejemplo incumbe al texto “Tres viajes (Sarmiento, Darío, Rusiñol)”, donde Dobry aprovecha la prosa de viajes de tales artistas para hablar de las impresiones de ida y vuelta que causó el desembarco de uno u otro en Barcelona y Buenos Aires. Como sea, el resto de los ensayos, distribuidos a modo de artículos en amplias secciones de unidad cronológica o geográfica, responden a un interés justificado por los avatares de la poesía moderna, de Baudelaire a la última lírica hispanoamericana, pasando por Mallarmé, Apollinaire y Cavafis, por citar nombres señeros.


Cuatro apartados integran el volumen de Dobry. El primero, “Poetas sobre el plano”, se ocupa, entre otras cosas, de las dicotomías del simbolismo y la vanguardia cubista y cómo ésta capitalizó las innovaciones del arte gráfico para cimentar una nueva poética sobre ciertos patrones clásicos. En el segundo bloque, “Dominio argentino”, se pondera la singular propuesta de algunos autores de ese ámbito nacional, quedando insinuada la genealogía de una literatura que se ha dado en llamar objetivista, la cual toma distancia del borgismo, y que ha implicado desde Ricardo Molinari a Daniel Samoilovich, desde Alejandra Pizarnik a Juan José Saer y Arturo Carrera. El tercer segmento, “Dominio ibérico”, se encarga, como reza el epígrafe, de fijar las verdaderas aportaciones de Bécquer, Cernuda y Ferrater con respecto a la sensibilidad de su época y a las propias necesidades expresivas. Finalmente, en el cuarto tramo, “Partes de un tiempo”, Dobry coloca sobre la mesa, a modo de apuesta, la busca poética de las recientes promociones de poetas argentinos y latinoamericanos, dibujando un panorama que es a la vez una forma de esperanza para sortear la fatídica retoricidad del género.

Lo distintivo del ensayismo de Edgardo Dobry radica en su estricto apego al texto. Estamos ante un tipo de aproximación de marcado carácter filológico en lo tocante a su desmenuzamiento del objeto poético que acomete, pero que también ostenta la aptitud de descentrar el detalle gramatical o el gesto estilístico para ofrecer una contextualización de índole histórica o generacional del poeta o la obra tratada. En este sentido, la óptica de Dobry se escinde hacia otras posibilidades de lectura que enriquecen desde múltiples perspectivas la acepción del material, tal como incumbe, por ejemplo, con la interpretación psicológica y literaria de la poesía de Pizarnik, o la vital e igualmente hermenéutica de Ferrater y su poema inacabado, por mencionar dos de las piezas más lúcidas y reveladoras del conjunto.

Podrá uno distentir de algunos juicios de Dobry acerca del aparente desfase que ha experimentado la poesía en lengua castellana en paridad con otras tradiciones idiomáticas, o bien, de su velada desconfianza por la imitatio intrínseca a cualquier literatura. Hay que afirmar que esta idea parece responder a una simpatía de Dobry por una poesía de talante renovador que logre rebasar las inercias del canon para contaminarse de mundo, actualidad y otras ramas de la cultura, asignatura por demás urgente; en el fondo, el mismo título de Orfeo en el quiosco de diarios intenta decirnos eso: que la poesía ya no es incompatible con la lectura en voz alta del periódico. Sin embargo, habrá que ver hasta en qué medida este culto por la novedad conlleva su cuota de ingenuidad en su condena de lo tradicional, cuando al parecer la historia de los estilos suele resultar cíclica, o bien, toda avant-garde tiene en el canon la base referencial de su ruptura.

(Reseña publicada en el número 291 de la revista Quimera correspondiente a febrero de 2008.)