9 de julio de 2008

Somática del texto

CUERPO SIN MÍ
Eduardo Moga
Bartleby Editores. Madrid, 2007. 92 págs.


Existe en la tradición universal un linaje de poetas que escriben desde el ensimismamiento. No precisamente autores místicos o exaltadores del yo, cuyo radio de figuración tiende a buscar motivos en la exploración metafórica de la naturaleza o a encontrar sustento dramático en la interacción con entidades ajenas. Tampoco aquellos que pretenden un ejercicio de reafirmación en paridad con las efusiones y los estímulos del orden externo. En todo caso, poetas abocados a dirimir en primera persona los entresijos de la individualidad, emprendiendo un viaje hacia el posible meollo de la condición humana y los distintos planos vitales en que se manifiesta: perceptibilidad, conciencia, espíritu.

Para referir dicha genealogía, basta recordar nombres actuales tan disímbolos como Olga Orozco, Jorge Eduardo Eielson, Juan Sánchez Peláez, Claudio Rodríguez; o bien, José Miguel Ullán, Coral Bracho, Olvido García Valdés y María Auxiliadora Álvarez, quienes han asumido la investigación de los misterios del mundo visible apelando en buena medida a la insinuación de los sentidos como la gran avenida que permite avizorar la condensación de lo poético en virtud del talante concretizador implícito en todo simulacro de sensorialidad. Lo que define y une a esta familia es su atenta vigilancia de las potencias corporales, verdadero caballo de Troya para franquear los parapetos del ser.

En Cuerpo sin mí Eduardo Moga (Barcelona, 1962) profiere desde tamaña compenetración entre fisiología y escritura, poniendo en marcha algo que podríamos llamar somatización de la experiencia poética. La tentativa es más sutil de lo que supone esta lectura indicial. Impresiones y sensaciones fungen como servidoras de la duda ontológica y la especulación metafísica bajo la orientación de un empirismo que reivindica la hiperestesia en el alegato de la provisionalidad. Mientras se consignan los prodigios que subrayan la vulnerabilidad del sujeto en tanto que criatura viviente, el yo profundiza en su interior, celebrando las efímeras epifanías de lo observado y advirtiendo paralelamente la desolación, el desamparo y la fragilidad que ciñen la presencia del hombre frente a la encrucijada del tiempo y el espacio.



Por ello, Cuerpo sin mí es un vértice donde coinciden la literalidad y el simbolismo de los opuestos: plenitud e inanición, luz y sombra, silencio y sonido, lo sólido y lo líquido, mediante los que se intenta discernir las relatividades de la existencia a través de sus múltiples variantes que inciden sobre la aparente pasividad en que inmerso el hablante, abandonado a la receptividad de su fuero. Atendiendo los hondos movimientos, las íntimas reacciones del microcosmos con igual acucia que las certezas de la cotidianidad, Eduardo Moga consigue una sinfonía del universo inmediato. El tópico del pequeño mundo escrupulosamente decantado en la poesía aureosecular se traslapa con una actitud de apertura para con las sugestiones de la atmósfera. Más que dicotomía, dualidad e intento de fusión de los contrarios, mutua contaminación de lo patente y lo ficticio.

Y es que Cuerpo sin mí conlleva en el fondo una puesta en crisis de la endeble tela de fenómenos que configuran la realidad. En sintonía con las teorías sobre la otredad y el trasmundo asentadas por Rimbaud (poeta que Moga ha traducido), este sesgo cuestionador aduce que cualquier evidencia del orden circundante es ilusoria de acuerdo a su lenta, constante degradación en la sinergia de los cambios graduales que no hacen sino albergar la circulación de un solo cauce de energía vital alimentado por la vida y la muerte, haz y envés de tal proceso en relación de uno a uno, estados ubicuos. La materia deviene entonces, citando a Eliot, el correlato de la premisa, bisagra entre la nada y el número, el vacío y la plétora. Sumando referentes a este perfil discursivo, habría que mencionar al Lucrecio de De rerum natura, el José Gorostiza de Muerte sin fin y el John Ashbery de Self-Portrait in a Convex Mirror.

Cuerpo sin mí alcanza la exhaustividad de su acometido merced a la ambiciosa trabazón de la estructura que comporta: 25 cantos que acompañados algunos de topónimo, fecha o coordenadas denotan, como lo pensara Rilke, la voluntad de arraigo con un aquí y un ahora. Como atributos de la expresión, un sistemático apoyo en la prosopopeya, el apóstrofe, la sinestesia y la paradoja; asimismo, la alta resolución cromática de la iconografía y la precisión en la elección de los sustantivos que dejan intuir lo intangible, desarrollar una fábula del tedio, bosquejar un tapiz del delirio, volver evanescentes los objetos mediante el arte de diluir las formas en la imagen sensorial y, desde luego, evocar el origen visceral del género lírico.

(Reseña publicada en el número 296 de la revista Quimera correspondiente a julio de 2008.)