3 de noviembre de 2008

Sabiduría de lo verde

DÍAS DEL BOSQUE
Vicente Valero
Visor. Madrid, 2008. 72 págs.

En un célebre soneto Baudelaire concibe la naturaleza como un complejo sistema de correlaciones entre la diversidad y la disparidad de los entes que la potencian y le otorgan sentido. La idea, de acentuada estirpe romántica, puede ser asumida literalmente como una reivindicación de la realidad primigenia, del entorno en estado puro; sin embargo, considerando que el poeta francés encarnó los prolegómenos del simbolismo, su enigmática percepción de la naturaleza parece representar más bien una profunda metáfora de la secreta red de comunicaciones intuitivas que establecen las criaturas del orden natural, cuyos movimientos, por insignificantes que resulten, suponen ya una gama de vínculos con el cosmos y el microcosmos.

La reciente entrega de Vicente Valero (Ibiza, 1963) coincide sólo parcialmente con esta presunción de larga tradición en el campo de la religión, la imaginación poética y últimamente la ciencia, toda vez que el ibicenco toma distancia del esoterismo baudelaireano al optar por una actitud de franqueza y diafanidad para con la naturaleza. El individuo renuncia a contemplar e interpretar el medio indómito y se lanza a comulgar de él en una suerte de empatía extrema que culmina en un simulacro de consustancialidad. En esta tesitura, Valero está más cerca del pensamiento trascendentalista de un Emerson que de la ponderación hermetista del simbolismo. Las páginas de Días del bosque, actual Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, están permeadas de una claridad conceptual y expositiva producto de esa voluntad de rendición identitaria a las lecciones del mundo natural.


Al margen de su carácter panteísta, Días del bosque exhibe una visible tendencia a la reflexión deductiva que adopta como elementos de apoyo distintas especies vegetales y animales o diversos componentes del entorno forestal. Ahí están la higuera, el mirlo, las hojas, el ciervo, la hierba, el ramaje, las raíces, el zorzal, los ruiseñores, las tórtolas, el río, las mariposas, los peces, el líquen, la resina, el jilguero, la encina, el musgo, la hormiga, el lobo. Con tales registros el autor urde una lógica de la existencia fundada en la receptividad para traducir en ejemplos vitales los ciclos y mecanismos del medio ambiente, hecho que recuerda el pastoral metafísico de un Alberto Caeiro. Así sucede con el elogio de la pequeñez, cuando leemos, al inicio, que “El aviador no es como el pájaro”, ya que, vemos adelante en otro poema, “El pájaro también conoce el bosque desde arriba, pero su vuelo, cómo no, sabe adentrarse transparente en la oscuridad viva, en el corazón silencioso de las sombras”. Mientras Valero paga tributo a la riqueza descriptiva de un hábitat, realiza también un viaje a través de la memoria y plantea, de paso, las posibilidades del universo forestal como modelo ético para superar los temores y encontrar la luz liberadora.

Junto a la focalización de la minucia —follajes, huellas, gotas, cortezas— Días del bosque es igualmente una exaltación del camino y del excursionista como medidas tangibles de ese diálogo espiritual, callado y en soledad, sostenido entre el paisaje y el alma humana. La figura del cazador de aves no escapa a dicha órbita y toca, asimismo, con su hondo conocimiento y vasto presagio del terreno y de la presa, la esencia del mundo selvático, es decir, la capa primordial del mundo sensible. Esta vecindad con las efusiones de la vida elemental remite quizá al naturalismo magicista de Bachelard. Lo sugieren la ambigüedad onírica y la reminiscencia de lo que podemos llamar aquí la conciencia ancestral y mitificadora del individuo. No obstante, si hay una nota poderosa es la que concierne al sugestivo cariz místico del conjunto, aliado, como es de esperarse, con sus insinuaciones de lugar ameno.

Dividido en tres apartados —Poemas, Declaraciones, Discurso en verso— y acogiendo los dos primeros la misma cantidad de textos, 24, Días del bosque ofrece una sintaxis poética asequible que permite sobrellevar una estructura de concordancias en la que algunas frases o ciertos motivos suelen repetirse a lo largo del libro a modo de expresiones formulares que el poeta generara para legitimar su imaginario. Pero, a fuerza de restringir sus límites con el ámbito evocado en el título y estas operaciones de tipo intratextual, Días del bosque comporta una forma cerrada en la que inevitablemente radica su probable contingencia.

(Reseña publicada en el número 299 de la revista española Quimera correspondiente al mes de octubre de 2008.)