Resplandor en la nieve
PAÍS DE SOMBRAS RÍOS
Johannes Bobrowski
Traducción de Clara y Alfonsina Janés, introducción de Antonio Colinas. Ediciones Linteo. Ourense, 2008. 192 págs.
La naturaleza no ha sido el lugar de la poesía en el siglo XX, jalonado por el ascenso y la consolidación de la cultura urbana. El cosmopolitismo de las vanguardias es, en el campo del arte, una de las primeras evidencias. Debido a ello, dar con un poeta de voz llamativa que haya zurcido la red de símbolos, imágenes y metáforas de su mundo literario con la infinita riqueza de motivos del espacio agreste, no cesa de ser algo más que la excepción a la regla. Johannes Bobrowski (Tilsit, 1917 - Berlín, 1965) vivió en carne propia la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y su obra, que no es profusa, está asediada por la presencia latente de esa fatalidad de una manera peculiar: oponiendo al drama bélico la aparente serenidad de los bosques.
Y es que la experiencia de Bobrowski como opositor del nazismo, soldado en Polonia, Francia y la Unión Soviética, y prisionero del estalinismo cuatro años en unas minas de carbón, es indisociable de la quieta y apacible, y por lo tanto irónica, tensión de su poesía. Justo a partir de esta asimetría entre la cruda realidad y el ambiente bucólico se desprende la consistencia crítica del texto que nos reserva un poeta de filiación cristiana que con el alfabeto del paisaje halló la condición de flama trémula para nombrar la belleza en medio del desaliento. Si alguna paradoja estética depara la poesía de Bobrowski es la de haber intentado enumerar los prodigios de un ecosistema como un gesto por recobrar la inocencia, conservar la memoria, purificar el lenguaje.
PAÍS DE SOMBRAS RÍOS
Johannes Bobrowski
Traducción de Clara y Alfonsina Janés, introducción de Antonio Colinas. Ediciones Linteo. Ourense, 2008. 192 págs.
La naturaleza no ha sido el lugar de la poesía en el siglo XX, jalonado por el ascenso y la consolidación de la cultura urbana. El cosmopolitismo de las vanguardias es, en el campo del arte, una de las primeras evidencias. Debido a ello, dar con un poeta de voz llamativa que haya zurcido la red de símbolos, imágenes y metáforas de su mundo literario con la infinita riqueza de motivos del espacio agreste, no cesa de ser algo más que la excepción a la regla. Johannes Bobrowski (Tilsit, 1917 - Berlín, 1965) vivió en carne propia la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y su obra, que no es profusa, está asediada por la presencia latente de esa fatalidad de una manera peculiar: oponiendo al drama bélico la aparente serenidad de los bosques.
Y es que la experiencia de Bobrowski como opositor del nazismo, soldado en Polonia, Francia y la Unión Soviética, y prisionero del estalinismo cuatro años en unas minas de carbón, es indisociable de la quieta y apacible, y por lo tanto irónica, tensión de su poesía. Justo a partir de esta asimetría entre la cruda realidad y el ambiente bucólico se desprende la consistencia crítica del texto que nos reserva un poeta de filiación cristiana que con el alfabeto del paisaje halló la condición de flama trémula para nombrar la belleza en medio del desaliento. Si alguna paradoja estética depara la poesía de Bobrowski es la de haber intentado enumerar los prodigios de un ecosistema como un gesto por recobrar la inocencia, conservar la memoria, purificar el lenguaje.
Esta lectura oblicua y a veces elusiva del tiempo histórico es quizá la nota relevante de País de sombras ríos. A través de las criaturas animales, los elementos primordiales y las especies vegetales, el ámbito forestal encarna el correlato de un conflicto personal y colectivo de sutiles resonancias místicas. La soledad del recluta y la del recluso se convierte, por así decir, en el caldo de cultivo de una reflexión sobre la relatividad de la existencia. El poeta observa e interpreta la milagrosa rutina del entorno: el rumor de las aguas, los ciclos del follaje, el vuelo de la golondrina, la ronda de las estaciones, el salto del pez, epifanías todas de un orden espiritual donde fluctúa aún el menos desahuciado sentido de la vida.
No obstante, el tono poético de Bobrowski no es nada complaciente. País de sombras ríos constituye un libro frío y crepuscular. Aparte de la geografía septentrional que se reivindica en sus páginas, hay que destacar cierto deje melancólico y la austeridad ornamental de la expresión que tienden a modelar un poema espoleado por una contenida tristeza y una sintaxis erosionada por una aguda conciencia de la fragilidad. A este respecto, otra de las singularidades de la poesía de Bobrowski que algunos han coincidido en señalar, y que aquí sucribimos, es el carácter elíptico y marcadamente nominativo de su escritura, mismo que semeja reproducir tanto el suspenso y la dubitación del proceso mental de la composición como el acezante ritmo de la emotividad.
Al hablar de Johannes Bobrowski suele hablarse de Rilke, Trakl y Celan, los grandes hitos de la lírica alemana moderna. Los tres están implícitos en la caligrafía de nuestro poeta de una manera u otra, en lo formal o lo discursivo, lo temperamental o lo vivencial. En País de sombras ríos esta noción de familia literaria con la que se identifica el autor queda traducida en varios poemas dedicados a poetas contemporáneos suyos, un hecho que a la par manifiesta la dimensión culturalista y ética de Bobrowski, cuya fe religiosa, dicho sea, fue un elemento de resistencia que vino a otorgarle a su poesía el cariz humanizante de quien recurre a la naturaleza para hacernos recordar en las horas de barbarie la magnitud de lo perdido.
(Reseña publicada en el número 304 de la revista española Quimera correspondiente al mes de marzo de 2009.)