7 de abril de 2009

La punta del iceberg

CONVERSACIÓN CON LA INTEMPERIE. SEIS POETAS VENEZOLANOS
Selección y prólogo de Gustavo Guerrero
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Barcelona, 2008. 640 págs.


Si bien es inexacto conocer una literatura a partir de sus figuras más representativas, también es cierto que toda antología, dispuesta al menos en torno a un criterio intergeneracional, ofrece una línea en el tiempo y permite visualizar los rasgos de la posible identidad de un corpus así como el despliegue de sus variantes según la particularidad de las distintas dicciones que lo han ido consolidando. En este sentido, podríamos afirmar parcialmente que una buena compilación es la que a través de la acumulación de singularidades que implica la atingencia de sus exponentes consigue proyectar una idea de conjunto cuyo signo global sea, en dado caso, su carácter poliédrico, cambiante, hecho que desvelaría, por lo demás, la heterogeneidad de su espectro, un factor de solvencia en cualquier literatura.

La reflexión aplica para Conversación con la intemperie, un espléndido escaparate de la poesía venezolana contemporánea en el que lo mismo se percibe la predilección de la mayoría por el prosaísmo y la imaginería panteísta como los accidentes, en la acepción topográfica del término, que dicha poesía ha experimentado durante el siglo XX para constituir una de las tradiciones nacionales de avanzada en Latinoamérica. Nos referimos a su vocación vanguardista traducida en una sintonía con el clima poético del momento, desde el modernismo decadente de José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) hasta el matiz ecológico de Eugenio Montejo (1938-2008), pasando por el creacionismo naïf de Vicente Gerbasi (1913-1992), el surrealismo meridional de Juan Sánchez Peláez (1922-2003), el existencialismo crítico de Rafael Cadenas (1930) y el doblez metaliterario de Guillermo Sucre (1933).


Son justamente estos seis creadores los que articulan la “muestra substancial” de Gustavo Guerrero. Se trata de la media docena de voces fundantes y coyunturales en el desarrollo de la poesía de Venezuela en la última centuria, o sea, poetas “insoslayables”, en palabra de Guerrero, que no deben faltar en ninguna valoración estricta de la lírica hispana de ese país. De un modo u otro, estos nombres han significado mediante la angulosidad de su obra o la incidencia de su persona una suerte de magisterio para las generaciones subsecuentes, llegando a encarnar un modelo de compromiso entre poesía, arte y vida, como lo demuestra su fidelidad a las condiciones libertarias del oficio y la actitud poéticos. Por ello, más que una antología Conversación con la intemperie supone una reiteración de los eslabones óseos que componen la columna vertebral de la poesía venezolana moderna y los principios éticos y estéticos que la sustentan.

No obstante, el compendio tiene dos antecedentes recientes en España: Poetas y poéticas de Venezuela. Antología 1876-2002 (Bartleby, Madrid, 2003), editado por Joaquín Marta Sosa, y Antología. La poesía del siglo XX en Venezuela (La Estafeta del Viento-Visor, Madrid, 2005), preparada por Rafael Arráiz Lucca. A diferencia del trabajo de Gustavo Guerrero, estos volúmenes sí implican un claro propósito antológico, pues recogen una cantidad superior de autores o intentan organizar en compartimentos la más destacada producción de la Venezuela vigesimosecular. Aparte, todos los poetas de Conversación con la intemperie ya han sido publicados de modo individual en sellos españoles —Ramos Sucre en Siruela, Gerbasi en Pre-Textos, Sánchez Peláez en Lumen, Cadenas en Visor y Pre-Textos, Guillermo Sucre en Palimpsesto y Eugenio Montejo en Renacimiento y Pre-Textos—, por lo que su agrupación viene a redondear un proceso de penetración editorial de la poesía venezolana en la península ibérica que se ha acelerado a partir del año 2000.

Esta nueva incursión colectiva orquestada por Gustavo Guerrero —académico venezolano residente en París, editor de Gallimard y Premio Anagrama de Ensayo 2008— nos concede apreciar en un solo tomo, y gracias a una cuidadosa e indicativa selección de textos, el hilo conductor de la lírica que nos ocupa así como el delta de sus diferentes derivas. Nos referimos, en el primer caso, al predominio de la prosa poética y de un verso libre, no canónico y de tendencia centrífuga, que da la traza de haberse instaurado como un patrón general transmitido de promoción en promoción, comenzando por el padre de la modernidad poética de Venezuela, José Antonio Ramos Sucre, que por motivos cronológicos abre el repertorio. Tres de los exponentes —Sánchez Peláez, Cadenas y Guillermo Sucre— recurren a la forma escritural distintiva en Ramos Sucre, el poema en prosa; el resto, y Gerbasi más que Montejo, denota en lo compositivo y en lo fabulativo una propensión al desbordamiento versal y elocuente.

Parece que los venezolanos, y especialmente Ramos Sucre, leyeron con atención a los simbolistas franceses y a los modernistas latinoamericanos, con el Darío de Azul a la cabeza, quienes proponían a un tiempo, en concreto los segundos, una lección de narratividad, impecable sintaxis, cadencia prosística y riqueza léxica. Pero estaba, a la par, el Rimbaud de las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, y los surrealistas de noveletas y poemas, fuentes en las que abrevaron ostensiblemente Sánchez Peláez y Cadenas, aunque el decir animista de Gerbasi nos remite por igual a las vanguardias de afanes primitivistas. Como sea, en lo discursivo la nota hegemónica reside en el carácter telúrico de todas las poéticas, a excepción de las de Ramos Sucre y Cadenas, que exhiben con superioridad el registro del homo urbanus, producto, lo deducimos, de la época que les tocó vivir: el auge industrial en uno, la sociedad de consumo en el otro.

La influencia de los elementos terrestres o el ecosistema del trópico es una cualidad esencial de los poetas mayores de Conversación con la intemperie. Lo vemos en Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, Guillermo Sucre y Eugenio Montejo, cuyas páginas están radicalmente permeadas del entorno natural y potenciadas con la sugestividad de la vegetación, el paisaje, los pájaros insólitos. Curiosa manera de sobrellevar la noción de actualidad. La poesía de estos autores está concebida con los componentes del mundo primigenio, la edad de oro, el paraíso adánico, pero también con el grado de cosa inexplicable de los pequeños y grandes prodigios de la naturaleza, en virtud de la cual el género humano reconfirma sus insalvables limitaciones y renueva su estimulante desconcierto. El asombro y la extrañeza les ha servido entonces como una instancia cognitiva y un pasaje al autoreconocimiento.


Así, tenemos que esta conciencia de pertenencia al suelo natal ha dado poéticas tan cromáticas como reveladoras, tan figurativas como exploradoras del ser y dueñas de una sutil tensión emocional, cosa difícil de lograr en sensibilidades amenazadas por el exotismo y el genio catártico. De aquí la terredad de Eugenio Montejo, el sostenido tributo de Vicente Gerbasi a la tierra receptora de su “padre, el inmigrante”; de aquí la búsqueda a ciegas de Juan Sánchez Peláez, con su expresión profética y visionaria a caballo entre el conjuro chamánico de los ancestros y las fórmulas de la oración cristiana; de aquí, finalmente, la atmósfera estival de Guillermo Sucre que hace de la memoria el espacio poético por excelencia, un ámbito a la medida del verano en el que caben el mar de los recuerdos y las asociaciones del deseo presente.

Conversación con la intemperie —título que se desprende de una línea del propio Guillermo Sucre, ensayista sagaz en un clásico estudio sobre poesía hispanoamericana, La máscara, la transparencia— es apenas la punta del iceberg de la poesía venezolana, un bloque de alta calidad resolutiva que cohesiona en el mismo cuerpo a figuras axiales como Ramón Palomares, José Barroeta, Luis Alberto Crespo, Hanni Ossott, María Auxiliadora Álvarez, Yolanda Pantin, Patricia Guzmán y Luis Enrique Belmonte, entre otras voces que legitiman la poesía de sus precursores literarios y de la genealogía nacional que los une a través de un ejercicio lúcido, riguroso e imaginativo del legado de aquéllos. La suma de todas estas singularidades de variado cuño estilístico amalgama una totalidad que por fortuna es ya visible desde ambas orillas del Atlántico.

(Reseña publicada en el número 305 de la revista española Quimera correspondiente al mes de abril de 2009.)