15 de diciembre de 2009

La erosión del tiempo

LA NOCHE NO TIENE PAREDES
José Manuel Caballero Bonald
Seix Barral. Barcelona, 2009. 160 págs.


La sabia y antigua premisa de que la madurez vital es directamente proporcional a la maestría del oficio se ha venido cumpliendo en los más recientes poemarios de José Manuel Caballero Bonald (1926), uno de los pocos sobrevivientes de la generación poética española de los 50 y, por ende, uno de los decanos de las letras ibéricas actuales a quien la edad parece haberle agudizado la noción de rigor escritural y, desde luego, su percepción crítica del mundo. Prueba de ello su penúltima entrega, Manual de infractores (2005), una revisión en clave poética del momento político y social de los primeros años del siglo XXI en la que Caballero Bonald arremete “contra los gregarios” que abismados en el fanatismo suelen oponerse a la libertad y la dignidad individuales, tal como lo manifestó a Juan Cruz en El País con motivo de esa publicación.

La noche no tiene paredes constituye ahora, por el contrario, un repliegue hacia las preocupaciones existenciales que invaden a un poeta que ha rebasado los 80: el presentimiento de la muerte, la degradación de la materia que es el cuerpo, el carácter ya casi ilusorio de la memoria, la resignación a las preguntas sin respuesta, el instinto de permanecer. Aunque todo semeja estar dicho, la voz poética auspicia decididos ejercicios de evocación que dan cuenta de una imaginación vigorosa editada con la precisión de los calificativos que trufan la lírica de Caballero Bonald. Por ello, el lector podrá corroborar el aire cosmopolita, trajinero y exótico, y por ende colorista, que ha implica buena parte del condimento mítico del universo bonaldiano, estéticamente paralelo al de Álvaro Mutis, Francisco Brines, Pablo García Baena.

Se ha hablado del germen barroco en la poesía de Caballero Bonald. Es cierto que su alta dosis de adjetivación tiende a generar una impresión de saturación producto de los múltiples matices semánticos y descriptivos; sin embargo, más que demorarse en la celebración de las apariencias, el autor profundiza en el sentido de la perduración de las cosas terrenales, amalgamando un discurso pesimista influenciado más por los tópicos de la clasicidad que por los del culteranismo aureosecular. Añadiendo a esta reflexión la ironía y el sarcasmo que acarrea sutilmente, la poesía de Caballero Bonald está así más cerca de Horacio y de Marcial, o del pensamiento estoico, que de Góngora o Quevedo, sin que tal filiación cancele un vínculo con los místicos y conceptistas resuelto en una suerte de escepticismo ascético, cual dejan verlo algunas inscripciones de La noche no tiene paredes.

Otro de los rasgos que cabe destacar es la versatilidad del verso bonaldiano que pasa del predominio del endecasílabo y el alejandrino a la distensión del versículo, lo que confiere a sus ritmos mayor margen de holgura para una sintaxis que apela más a las necesidades del significado que a la preservación de la integridad formal. Es posible que esta apertura responda a una recapitulación que aspira a aglutinar en su compás de plenitud las diversas maneras que puede adoptar el decir poético en consonancia con el ecumenismo que anima el imaginario de Caballero Bonald, donde su Argónida ficticia alterna con Esmirna o la extinta Medinat al-Zahra, con Cádiz, la playa de Sanlúcar o el puerto de Pollença, apuntalando de paso la síntesis de lo personal mitológico con lo real legendario que ha venido representando una de las consistencias de su poesía.

Finalmente, dos reparos: La noche no tiene paredes acaba siendo una colección de poemas demasiado extensa (poco más de un centenar de textos) que de pronto da una sensación de redundancia temática debido a la orientación metafísica de su repertorio centrada en el temps fugit y el ubi sunt; por otro lado, la frase poética resulta a veces un tanto forzada dado su afán de intelección y especificación, tal como lo denota la línea “porque la ambición que a sí misma se excede acaba inhabilitándose en la desertización de la felicidad” (p. 55), por demás explicativa y abstrusa que merma la facultad intuitiva de la poesía para intentar conceder acento a lo inefable. Como sea, en La noche no tiene paredes Caballero Bonald recluta las dudas e interrogaciones de un hombre que ha vivido, desde luego, la angustia de vocalizar las aporías del lenguaje.

(Reseña publicada en el número 313 de la revista española Quimera correspondiente al mes de diciembre de 2009.)