7 de noviembre de 2009

Don de ubicuidad

MOLESTANDO A LOS DEMONIOS
Daniel Samoilovich
Pre-Textos. Valencia, 2009. 128 págs.


Los nuevos caminos de la poesía son ilimitados en la medida que son incalculables las combinaciones inéditas que pudieran instrumentarse con la acumulación de estrategias y modalidades de composición que ha auspiciado la historia del género en treinta siglos. Ante este supuesto, innova quien por una razón u otra ha trascendido los dominios del gusto subjetivo para asimilar la contribución de las distintas tradiciones geográficas e idiomáticas hacia las cuales experimente al menos una curiosidad intelectual, cuando no una afinidad sustancial.

La más reciente entrega del argentino Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949), director fundador del legendario Diario de poesía, comporta una constelación de referencias que sintonizan con dicho perfil, el de una obra o una poética cuya singularidad está dada por una amalgama de códigos formales, enunciativos y culturales que, junto con un puñado de nombres dispersos de lugares y de actores literarios remotos o contemporáneos de los hemisferios oriental y occidental, confieren al proyecto un carácter ecuménico que sugiere la idea de la escritura llamativa como una mesa de redacción que reuniese correspondencia de todas latitudes.

Molestando a los demonios dispone, así, un itinerario en cinco intervalos que representan en realidad cinco momentos cronológicos y espaciales: Lago Lemán, abril de 1935; Basilea, junio-octubre de 1935; San Gotardo, diciembre de 1935; Lago Lemán, mayo-septiembre de 1936; y Sirmione-Desenzano-Como, octubre de 1936. El volumen lleva por subtítulo “Los cuadernos de Tien Mai”. A la luz de tales indicios, su aspecto más destacable, por desconcertante, parece resultar a la larga la descentralización del contexto histórico de los apartados respecto del presente del yo autoral, un efecto sin duda inducido por la rotulación de las fechas en el epígrafe de cada sección.


Partiendo de este distanciamiento —que en el fondo entraña un amago por eludir la filtración autobiográfica o el signo testimonial—, la solución reflexiva de muchos poemas, el molde poético imperante, las atmósferas estacionales sucedidas de modo recurrente y varios chispazos de humor cómico generan un planisferio textual que arroja por saldo una experiencia hipnótica alimentada con el sentido de evanescencia de las nociones de tiempo y dimensión física, la regularidad de ciertos topónimos que relativizan el principio de estabilidad y, finalmente, la hegemonía del dístico como estrofa que sintetiza la dualidad del poeta —autor y sujeto poético— y el aire de transitoriedad y dilución que enfrenta la individualidad en el concierto plenario de la literatura.

Debido a ello, Molestando a los demonios auspicia también un alegato sobre la identidad de la voz del poeta en el coro de las voces que revolotean en su interior. Para Samoilovich escribir es dialogar con nuestras lecturas y abrir, de alguna manera, la caja de Pandora del imaginario poético universal en el que las fronteras temporales y territoriales, privadas y públicas, ficticias y veraces del género tienden a borrarse y a reiterar la naturaleza del espíritu lírico como un sustrato común y un bien mostrenco. Shakespeare, Wang Wei, Victor Hugo, Du Mu, Rousseau, san Agustín, Zolá, Jen Hua, Catulo, Stendhal y los tratados de Arthur Waley sobre poesía china afloran no como fantasmas de un pasado idílico, sino como incitadoras presencias vivas que ratifican el talante evocador de la palabra.

Por lo anterior, el hombre que habla en el libro Molestando a los demonios es y no es quien lo ha escrito. En esto radica, pues, el matiz de novedad, la táctica de extrañamiento de Daniel Samoilovich sobre la cual descansa hoy en día una de las poéticas más bizarras e inusitadas de la actual poesía latinoamericana que particularmente desde El despertar de Samoilo (2005) ha sabido hacer de la conversación serena y equitativa con los difuntos, nuestros padres literarios, la fuente de cualquier viso de originalidad y diferencia. Y a esto pudiéramos llamar parcialmente, por ahora, don de ubicuidad del pensamiento poético.

(Reseña publicada en el número 312 de la revista española Quimera correspondiente al mes de noviembre de 2009.)